Paul Cézanne

Cézanne sorprende en esta obra por la sencillez, muchas veces calificada como "humildad", de su pincelada. Este tipo de imágenes domésticas de cocina son, junto a los paisajes, las principales inspiraciones para el pintor.

El artista pintó durante su carrera una variedad de escenas similares a Los jugadores de cartas, bocetos de personajes y diferentes salas de juego. Este cuadro en concreto, es la versión final, se hizo conocido por ser el cuadro más caro del mundo, alcanzando 250 millones de dólares en el año 2011. Quienes conocen la obra de Cézanne, saben que este cuadro representa una de sus más elaboradas composiciones, existen bocetos del artista y toda clase de pruebas de figuras y color.

Entre el gran número de pinturas basadas en mismo tópico, esta es la que más riqueza muestra en los detalles y el colorido. La composición también se considera fuera de lo común: al lado izquierdo la sombra negra, desde la cual emerge un mantel radiante y las pintas de colores del ramillete destellan por todo el lienzo.

Los objetos son: cuatro peras, una ciruela y un ramo con margaritas amapolas y claveles. Todo ello situado sobre un mantel acartonado, típico de las composiciones de Cézanne.

No se sabe con certeza donde y cuando fue pintado este cuadro. Algunos expertos aseguran que la obra data de 1897, basándose en el tamaño y la cantidad de pintura utilizada en las pinceladas, se cree que el lugar representado en esta obra se encuentra en el bosque de Fontainebleau o en alguna región cerca de París, donde Cézanne pasó mucho tiempo a finales del siglo XIX.

Se trata de un paisaje típico del impresionismo francés, organizado con una geometría algo más simplificada. La coloración y la distribución de elementos son excepcionales.

Cézanne había aprendido muchísimo de las técnicas más populares de la época a la hora de ejecutar trazos del estilo impresionista más genuino. Esta obra en concreto muestra claramente la influencia de pintor francés Camille Pissarro.

El lienzo presenta un típico paisaje francés del siglo XIX, a orillas del río en un entorno campestre.

Cuatro figuras humanas, dispuestas sobre una pequeña colina con un estanque en la base, cada personaje viviendo el instante a su manera. Los verdes y azules utilizados fueron los colores favoritos del pintor, para representar la naturaleza.

Muestra uno de los muchos molinos en la región de Pontoise, que en aquella época dependieron del comercio de grano para su existencia.

Este es uno de los muchos cuadros donde el artista pinta frutas dispuestas en un entorno casero, el colorido y composición de esta obra en particular, resalta por su belleza.

Aunque en toda su carrera volvió una y otra vez a este género artístico, fue en esta época cuando Cézanne fue más prolífico en este tipo de cuadros: escenas hogareñas, especialmente relacionada con los elementos de la cocina.

Frutas jarras, manteles y cortinas dispuestos de manera armónica; la profundidad de campo, que se percibe centrada en el observador, junto a la representación de la luz y el espacio, hacen que esta obra sea juzgada por los expertos como digna de un genio.

Es una construcción neogótica que cautivó a Cézanne, situada cerca de Aix, Francia. Fue pintado por el artista en 1904. Este cuadro perteneció una vez a Claude Monet, quien lo colgó en su dormitorio en Giverny.

Se aprecia una casa escondida tras el generoso follaje de unos árboles, las pinceladas son gruesas y difusas.

Se trata de un paisaje bicolor (verde y beis) de la campiña francesa.

La composición está formada por un sinfín de manchas de óleo que delinean las diferentes figuras de la campiña: caminos de tierra, pequeñas colinas, árboles y arbustos. El horizonte del cuadro (bastante alto) es irregular, y se muestra formado por un manto verde vegetal que da paso a un cielo azul y rosa.